De gatos, salsa y café
Hace poco compré un libro en la Librería Nacional de la Plaza Caycedo, en Cali. Confieso que me atrajeron motivos superficiales: los gatos de la portada y, en la cubierta trasera, una breve reseña sobre una clínica misteriosa que receta gatos en lugar de medicamentos. El libro es Te receto un gato, de Syou Ishida. Hoy continué la lectura con el rumor de una cafetería de fondo y trompetas de salsa deslizándose entre las mesas, mientras seguía el capítulo en el que un gato-tratamiento encuentra un nuevo hogar.
La premisa es encantadora: una pequeña clínica de Kioto prescribe convivir con un gato por un tiempo como parte del tratamiento para distintos problemas. Cada capítulo sigue a una persona distinta que llega con su propio peso y encuentra en la relación con el felino un espejo amable para reordenar su mundo interior. No hay giros estridentes: hay observación, ternura y pequeñas decisiones que cambian el tono de los días.
Ishida construye escenas breves, llenas de detalles cotidianos y de una simpleza muy lograda. Los gatos no obran milagros: acompañan, cambian el enfoque de las preocupaciones y devuelven la capacidad de notar lo que importa. El libro es una celebración de mirar lo verdaderamente esencial; se lee rápido y con gusto. Tiene, además, un ritmo especial: episodios autónomos que se disfrutan a sorbos —como un buen café— y que, sumados, dejan una sensación de ternura y consuelo. Las historias siguen un patrón previsible (llegada → convivencia → viraje interior), pero no aburren; la repetición funciona como un soneo en la salsa: variaciones sobre un mismo tema que resuenan.
“He vivido con varios maestros zen: todos eran gatos.”
Hoy leí unas cuantas páginas en Café Suma (Calle 9 # 4-39, Cali), un lugar que huele a buen café y donde suena excelente salsa: taza caliente, torta, voces en murmullo, Ismael Rivera cantando. Ese entorno me recordó que el ánimo no siempre depende de un gran acontecimiento, sino de pequeñas rutinas: un buen café, una canción querida, un compañero de cuatro patas. A la receta de gatos yo le añadiría un cafecito y —por qué no— un poco de salsa.

